El sol se desvanecía lentamente tras el horizonte, pintando el cielo con matices de rojos y naranjas.

En las afueras de la ciudad, en una lujosa villa rodeada de frondosos árboles, se escuchaban los gritos angustiados de un hombre que nadie habría imaginado en tal estado de desesperación.

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Lionel Messi, siempre tan sereno y tranquilo en el campo, ahora se veía atrapado en una tormenta de emociones incontrolables.

La villa pertenecía a una de las deportistas más queridas y admiradas a nivel global, una mujer que había roto barreras de género y superado obstáculos en su carrera, ganándose el cariño de millones de seguidores.

Su nombre resonaba en estadios, calles y en las conversaciones cotidianas. Pero esa tarde, su nombre fue gritado con una angustia que enrarecía el aire.

Todo comenzó esa misma mañana cuando Messi recibió una llamada inusual.

Una amiga en común, alarmada por el silencio de la deportista, había enviado un mensaje, ya que había pasado más de 24 horas sin saber nada de ella, algo completamente inusual considerando lo activa que era en redes sociales y lo estrecho de su vínculo con amigos y equipo.

La ausencia de noticias encendió todas las alertas.

Preocupado, Messi decidió ir personalmente a la villa, acompañado por amigos cercanos y algunos miembros de seguridad.

Al llegar, todo parecía estar en orden: las puertas cerradas, el jardín perfectamente mantenido y ningún rastro de violencia.

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Sin embargo, una sensación oscura y ominosa flotaba en el ambiente, como si algo se escondiera detrás de las paredes.

Messi llamó a la puerta varias veces sin obtener respuesta, y la preocupación fue en aumento.

El silencio era abrumador; un frío inexplicable recorría su espalda. Finalmente, decidieron forzar la entrada, y lo que encontraron al abrir la puerta lo dejó paralizado.

En el suelo del salón principal yacía el cuerpo sin vida de la deportista, con un charco de sangre oscuro rodeándola.

Su rostro, antes lleno de vida, estaba ahora desprovisto de toda luz. Un grito desgarrador escapó de Messi, quien cayó de rodillas junto a ella, sacudiéndola y rogando que no fuera real.

Los minutos siguientes fueron un caos; sus amigos intentaron consolarlo, pero él era inconsolable, incapaz de asimilar lo que veía.

El dolor era como un puñal invisible que le atravesaba el alma, mientras las cámaras de los paparazzi comenzaban a agolparse en el lugar, añadiendo un toque surrealista a la escena.

La policía llegó y comenzó a asegurar el área. Messi no se movía del lado del cuerpo mientras los recuerdos de momentos compartidos, entrenamientos, cenas y conversaciones profundas pasaban por su mente como una cinta rota.

A medida que la noche caía y las luces azules de las patrullas iluminaban la villa, Messi fue llevado fuera de la escena. Murmuraba entre sollozos, “No la maten, por favor”.

Aunque sabía que ella ya no estaba, que no había vuelta atrás, su mente se negaba a aceptar esa realidad devastadora.

La noticia del asesinato de la deportista recorrió el mundo rápidamente. Los titulares no hablaban de otra cosa, y las redes sociales se inundaron con mensajes de tristeza, incredulidad y rabia.

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Las muestras de apoyo hacia Messi, su familia y toda la comunidad deportiva no se hicieron esperar. Era como si el mundo entero hubiera perdido a alguien cercano, a una hermana o amiga.

Messi, sin embargo, se sumió en un profundo silencio. Se aisló, tratando de encontrar una razón, algo que diera sentido a lo ocurrido, pero no había respuestas, solo vacío.

Días después, la policía reveló detalles: la deportista había estado recibiendo amenazas durante meses, pero las había ignorado para no preocupar a sus seres queridos. Nunca imaginó que se convertirían en algo real.

Las cámaras de seguridad de la villa mostraban a un hombre encapuchado entrando la noche anterior, alguien que, según las autoridades, había planeado el ataque con precisión. Era un fanático obsesionado que había cruzado la línea entre admiración y locura.

Cuando Messi supo estos detalles, su dolor se transformó en ira. ¿Cómo podía el amor o la admiración volverse odio tan destructivo?

Los días se convirtieron en semanas y el legado de la deportista comenzó a ser celebrado en todo el mundo: estatuas, murales, ceremonias en estadios llenos de fans que querían recordarla como lo que fue: una campeona, una luchadora. Pero para Messi, cada homenaje profundizaba su dolor.

Cada mención de su nombre resonaba en su mente, el grito que una vez había lanzado: “No la maten, por favor”.

El tiempo pasó, pero el dolor no. Aunque Messi volvió al fútbol, algo había cambiado.

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Su sonrisa ya no era la misma y sus celebraciones carecían de la chispa que solía iluminar los estadios.

Meses después, decidió regresar a la villa por última vez. El lugar, ahora vacío, parecía ajeno. Caminó en silencio por los pasillos, recordando los momentos compartidos.

Al llegar al salón donde la había encontrado, se detuvo y, cerrando los ojos, sintió su presencia por un instante. Pero al abrirlos, solo quedaba el vacío.

Se arrodilló en el mismo lugar y, dejando caer una lágrima, susurró: “Lo siento, no pude salvarte”. Al salir, miró al cielo despejado donde las estrellas brillaban con intensidad.

Por primera vez en mucho tiempo, sintió una pequeña chispa de paz. Sabía que el dolor nunca se iría del todo, pero también sabía que el legado de ella viviría para siempre.

Con esa pequeña paz, se fue Messi, dejando atrás el lugar donde había perdido a su amiga, pero llevándose consigo los recuerdos de una vida compartida y una promesa silenciosa de seguir adelante por ella.

Aún de rodillas sobre el frío suelo del salón, sus manos temblorosas apenas rozaban la superficie donde yacía inerte su amiga.

El silencio que lo envolvía parecía aplastar las paredes de la villa, atrapándolo en un estado de desesperación.

Las voces de los presentes apenas alcanzaban a quebrar el eco de su propio grito que resonaba sin cesar en su mente como una sombra perpetua. El cuerpo de la deportista estaba allí frente a él, pero su mente se negaba a aceptarlo.

¿Cómo era posible que la misma mujer con la que había compartido risas y momentos en esa misma sala ahora fuera parte de esa escena tan sombría?

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Sus cabellos oscuros desordenados, el rostro pálido y la ropa manchada con sangre que aún parecía fresca eran detalles que lo golpeaban como mazazos, forzándolo a enfrentar una realidad insoportable.

A su alrededor, el caos era evidente: sillas volcadas, una lámpara rota y un jarrón hecho añicos esparcido por el suelo como fragmentos de cristal.

Sin embargo, lo que más le dolía no era el desorden en la sala, sino un trofeo en el rincón más alejado, el mismo que su amiga había ganado meses atrás.

Ese trofeo, que antes representaba triunfo y dedicación, ahora yacía olvidado, sin brillo entre los escombros.

Messi sabía cuánto significaba ese logro para ella, y verlo así tirado como algo sin valor intensificaba su tristeza.

El olor metálico de la sangre inundaba la sala, mezclándose con el delicado perfume que ella solía usar, un aroma suave que contrastaba brutalmente con la tragedia que ahora impregnaba todo.

Messi, con los ojos llenos de lágrimas, sentía la náusea crecer en su interior al ver a su amiga, la deportista que tantas veces lo había animado, tendida como un objeto roto. Cerró los ojos buscando escapar, aunque fuera por un instante, de la pesadilla que lo rodeaba.

En su mente, la imagen de ella se volvía clara, pero no era la de su cuerpo sin vida. Era la de una mujer sonriente, llena de energía, siempre dispuesta a enfrentar el próximo desafío.

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Recordó esas largas tardes después de los entrenamientos cuando conversaban sobre la presión de ser figuras públicas y la dificultad de manejar las expectativas de los fans y la prensa.

“No podemos escapar,” le decía ella con una sonrisa cansada, apoyándose en una silla tras un día largo. “Nos debemos a ellos.

Al final del día, es por ellos que lo hacemos.” Messi sentía en silencio, compartiendo el peso de esa responsabilidad. Pensar en esos momentos solo hacía que el dolor fuera más profundo.

¿Cómo alguien tan fuerte y resistente podía haber sido derrotada de una forma tan cruel? ¿Por qué no vio las señales? ¿Dónde estaban los indicios de que algo tan horrible estaba por suceder?

Las preguntas lo acosaban una tras otra sin darle tregua. Mientras tanto, la policía tomaba fotos y analizaba la escena. El flash de las cámaras intensificaba la sensación de irrealidad.

Messi apartó la vista, incapaz de soportar el sonido de los obturadores que capturaban la muerte de alguien que tanto amaba.

Uno de los oficiales se acercó a hablarle, pero Messi no lo escuchaba. En su mente, solo resonaba la última conversación que había tenido con ella.

Habían hablado sobre un torneo; ella estaba emocionada, llena de planes para el futuro. Ahora, ese futuro estaba apagado. Las palabras que antes traían esperanza ahora eran fantasmas, recuerdos huecos en medio del luto.

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Finalmente, la escena fue despejada y Messi se quedó solo en la villa. La noche envolvía el lugar con una oscuridad casi tangible.

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Mientras observaba las estrellas que parpadeaban en el cielo despejado, no podía evitar sentir que algo en el universo había cambiado irrevocablemente.

El dolor era un compañero constante, y el vacío que dejó su partida parecía inabarcable. Sin embargo, a pesar de todo, Messi entendía que debía seguir adelante, no solo por él, sino por la memoria de su amiga.

La vida, con toda su crueldad y belleza, continuaba, y él debía encontrar una manera de honrarla a través de sus propias acciones.

En el silencio de la villa, con la imagen de su amiga en su mente y el corazón pesado por el duelo, Messi se levantó, mirando hacia el cielo estrellado, buscando algún consuelo en la vastedad del universo.