retiraron a descansar, mientras que otros se acomodaron en las sillas de la sala de espera, tratando de encontrar algo de comodidad en medio de la tensión.

Messi, sin embargo, no podía descansar.

La preocupación por su amigo seguía presente, latente en su mente, y la posibilidad de perder a alguien tan cercano lo mantenía alerta.

Se levantó de su asiento y caminó por el pasillo del hospital, su mente llena de recuerdos de su amistad con Luis.

Habían compartido tanto, no solo en el campo, sino fuera de él.

Las cenas familiares, las vacaciones juntos, las conversaciones profundas en las que hablaban de sus sueños y miedos.

Eran más que compañeros de equipo; eran hermanos en todo sentido.

Mientras caminaba, una enfermera se acercó para informarle que podían entrar a ver a Luis brevemente.

Sofía y él se dirigieron a la habitación, donde encontraron a Luis aún inconsciente, pero su respiración era más estable.

Sofía se sentó al lado de la cama, tomando la mano de su esposo, mientras Messi se mantenía de pie al otro lado de la cama, observando en silencio.

No había palabras que pudieran describir lo que sentía en ese momento: una mezcla de alivio y temor por lo que aún estaba por venir.

Durante los siguientes días, Luis comenzó a mostrar signos de mejoría, despertando poco a poco.

La primera vez que abrió los ojos y reconoció a Messi y a Sofía a su lado, fue un momento de gran emoción.

Aunque débil, Luis esbozó una pequeña sonrisa, y eso fue suficiente para que Messi sintiera que las cosas comenzarían a mejorar.

Con el paso de los días, la salud de Luis continuó estabilizándose. Los médicos seguían monitoreándolo de cerca, asegurándose de que no hubiera más complicaciones.

Messi permaneció en Montevideo, apoyando a su amigo y a su familia en todo momento.

Cada vez que Luis lograba hablar, aunque fuera solo un poco, Messi y Sofía lo alentaban, recordándole que era fuerte y que pronto estaría de vuelta, no solo con ellos, sino también en el campo.

Finalmente, llegó el día en que Luis fue dado de alta del hospital.

Aunque aún debía seguir un tratamiento y someterse a chequeos regulares, los médicos estaban optimistas sobre su recuperación completa. Messi sintió un gran alivio al saber que su amigo estaba fuera de peligro.

Los días de incertidumbre y miedo habían terminado, y aunque sabían que aún quedaba un camino por recorrer, el peor momento había pasado.

Antes de regresar a Miami, Messi pasó unos días más en Montevideo, disfrutando de la compañía de Luis y su familia en un ambiente mucho más relajado.

Compartieron risas, recordaron viejos tiempos, y hablaron sobre el futuro, ahora más conscientes que nunca de la fragilidad de la vida y de lo valiosa que era su amistad.

Cuando Messi finalmente se despidió para volver a Miami, lo hizo con el corazón lleno de gratitud y alivio.

Sabía que, aunque la situación había sido crítica, el hecho de estar allí, de apoyar a su amigo en su momento más difícil, había fortalecido aún más su lazo.

Y mientras el avión despegaba, mirando por la ventana hacia el horizonte, Messi pensó en lo afortunado que era de tener una amistad tan inquebrantable como la de Luis Suárez, una amistad que ni siquiera la adversidad más grande podía romper.